martes, 9 de marzo de 2010

Habla él

Empiezo por volverme agua en tus manos. Te vuelvo un erizo, deslizándome por tu cuerpo en mil escalofríos sin pausa. Comenzás a temblar mientras me vuelvo calor como de infierno que te agobia en la cabeza. La garganta te la vuelvo estrecha, estrechísima, y no te dejo sentir el fino hilo de aire que con desesperación empezás a buscar. Te revuelvo las tripas, confudiéndolo todo. Me instalo en tus pupilas como una lente que mira por vos; me apropio de tus percepciones hasta que tus manos y tu voz se te vuelven ajenas. Te llevo al extremo. Sentís que no hay aire en el mundo que puedas tragar para salvarte de mí. Te someto a la idea de finitud hasta que terminás por desearla de inmediato. No pasará mucho hasta que tus signos vitales se normalicen, pero no es mérito tuyo que yo haya pasado, no. Yo no soy la muerte, soy sólo una amenaza. La marca que te dejo, lo intenso de la experiencia vivida, es mi mayor victoria: me asegura una permanencia sin fin.

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