Me siento atestada, repleta de hastío, como en los videojuegos de
antaño, la barra que indica el nivel de llenado o vacío, hoy está a tope en mí.
La hostilidad de la ciudad me colmó por completo. Las calles cómo una
intervención artística del horror, obras públicas a un tercio de construir y
abandonadas, como monumento a un prócer que dejó de serlo antes de que
terminaran el homenaje, trampas que convierten las calles en laberintos
intransitables. Mugre, calor de abajo hacia arriba, olor a mierda -literal- en
los pasillos del subte. Gente marginada de todo, incluso de sí mismos. Y el
resto circundante, camina al margen de ellos, más cerca o más lejos, testigos o
ciegos. Un pibe dotado de una asombrosa velocidad empapela los postes de luz
con volantes para arrancar y llevarse el dato: tienen un teléfono fijo y un
celular bajo el título de "NUEVITAS" junto a una Betty Boop. Los
arranco con la velocidad que te da la furia y los tiro a la basura –la palabra
ganadora del día- y yo no puedo soportarlo más. Una bolsa de una casa de ropa "de
marca" cuelga de mi brazo, la miro y siento que pesa más que yo por su sin
sentido. De golpe la supuesta lógica cotidiana desaparece. Ya no quiero formar
parte de esta perversidad. Lo pienso, lo siento. En el andén estación pueyrredón
subte D, un cartel promociona una librería que lucha por subsistir en medio de
tanto digital, igual que las agendas que vende, promocionadas junto a una foto
de un celular que se quedó sin batería -oooh tragedia del mundo actual! Todo es
un error, grandísimo y dolorosísimo error. Alguien me dijo que desde la Casa Rosada anuncian
"pobreza cero". Me dicen que lo dicen, yo no se si creerles, porque
cuando abren la boca yo sólo puedo escuchar una risa, una risa fuerte, de boca
bien abierta, ruidosa y acompañada de dolor abdominal. Se ríen en mi cara, en
la cara de todos. Y entonces yo solo quiero ser una piedra, una piedra
chiquita, pero lo suficientemente fuerte para quedar quieta en el fondo de un
río bajito, y sentir la corriente que me atraviesa. Sí. Quedarme ahí, quietita,
sólo esperando seguir siendo una piedra, no sea cosa que el río desemboque
junto a una cloaca.
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